Soy candidato al infierno y entraré por la puerta grande. Se dice de mi que soy malo, yo aseguro que tengo maldad y otros corroboran que actúo con malicia. Soy falso y mentiroso por naturaleza, engaño para aparentar y abarcar más poder, aunque digo verdades cuándo duelen. No me redogedo con el dolor que causo, sólo me relamo cuándo saco réditos de mis actos, que suele ser casi siempre. Sigo la corriente si hay que seguirla, te dejo tirado en la cuneta sin remordimientos y me parto la caja delante de ti si te sientes desgraciado. No concedo ni un favor. Soy pragmático y egoísta, tacaño y avaricioso, desagradable siempre y encantador cuando lo necesito. No miro a los ojos cuando me hablan, no aguanto la mirada más de medio segundo. Soy cobarde y traicionero. Tarde o temprano te daré una puñalada trapera, y si puede ser por la espalda y a oscuras mejor. Luego trataré que algún inocente cargue con el muerto. No sé escuchar, no tengo paciencia; interrumpo al interlocutor todo lo que puedo y más y no le presto atención cuando me habla. Me levanto de la mesa sin tu permiso y no espero a que todos los comensales estén sentados para empezar a comer. Si puedo escupir en el plato de al lado sin que se den cuenta lo hago; luego me rio viendo cómo se lo tragan enterito. Si me preguntan por qué me rio, no lo digo. Ya lo he dicho antes, soy mentiroso y cobarde, aunque sé que esa verdad haría daño, así que decido confesarme.
-Me río porque acabo de escupir en tu plato, cuándo aún no te habías sentado.
-Qué cachondo eres!
¿Lo véis? Ahora no me río. He dicho la verdad, y nadie me cree. Creí que podía hacer daño y no ha sido así. A la gente no le gusta oir la verdad. Todo es una mierda, soy un mar de dudas y contradicciones. Con esa risita estúpida me ha dejado tumbado, ha desarmado mi plan. Aunque viendo cómo se traga la sopa me está entrando otra vez la risa tonta.
Por eso soy así; una de cal y otra de arena, pero al final siempre gano. No tengo amigos, ni novias, ni amantes. No saludo, es una estupidez. No digo adiós, ¿para qué? No tengo respuesta a nada, ni soluciones que ofrecer. No aconsejo nada bueno. Acepto palmaditas en la espalda y las concedo frecuentemente a modo de ultimátum. Me gusta sentirme adulado, soy presumido, creído y arrogante. Odio y me hago odiar. No quiero a nadie, pero me quieren. La semana que viene me ascienden a Director de zona.
-Qué cachondo eres! ¿todavía te estás riendo? Al final me vas a hacer dudar.
-Tú a lo tuyo, que yo seguiré a lo mío. Tu sigue comiendo la sopa, como si tal cosa.
-Joder, qué cosas tienes, por eso nos caen bien, cabronazo.
Palmadita en la espalda.
Siempre gano, ¿lo véis?
¿Qué necesidad tengo de ser cómo vosotros?
El Káiser, Mes II, Año 32
Yo soy único, todos sois demasiados (Introducción a la teoria del pragmatismo existencial y la inutilidad de la bondad)
26 de agosto de 2006
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