El futuro siempre es hoy. Cada segundo es un paso adelante, apenas gozo del presente porque el tiempo se escurre de las manos como el hielo. Pero es hielo picado, así que puedo fragmentarlo, mantenerlo en pedazos entre mis dedos y sentir su gélido abrazo aunque sean milésimas. Creo que he ganado.
Escupo al reloj indignado, como fiel compañero del hombre que es; quiere tenernos controlados, ahogarnos en su agonía y arrastrarnos en su monotonía. Me angustia su rutina que me desliza por un suelo húmedo pero rugoso y que me desgarra la piel de las piernas, el pecho y los antebrazos. Es dolor y comprensión, yo también te entiendo, pero tú no me quieres, me necesitas. Mi sangre es tu derrota, quiero morir desangrado.
No hay reciprocidad, tú no me haces falta. Estoy convencido que lo quiero creer así, no que lo crea.
Ando escaso de correas y ataduras en mis muñecas, y así fui feliz. Sigo convencido que quiero seguir siéndolo, no que lo sea.
Un zumbido sin relámpago que no es un trueno a horas intempestivas rompe mi sueño. Claro, lo ha conseguido porque yo he querido. Somos conscientes, humanos e idiotas. Programamos meticulosamente nuestro desamparo, la vuelta al mundo real. Otra vez.
Es indignante, denigrante, apabullante, demoledor, convincente, ganador, eficiente y elocuente. Vence y convence. Me cago en su puta madre.
Me vuelvo a arrastrar, pendiente de él.
Hoy más que nunca es un bloque de hielo, tan consistente como el hormigón. ¿Cómo lo voy a retener? Es imposible agarrarlo, mengua entre mis brazos al compás del rugir de los coches, las bocinas, los niños que gritan en las calles, las madres que regañan a sus hijos, los artistas callejeros que joden un clásico repitiendo cuatro acordes, el vagabundo del acordeón, el perro sin dueño que ladra al verme pasar (ni los perros me quieren), el sonido producido por el sampler que emite un coche tuneado a un volumen desquiciado, los pasos de quien me sigue, la pinza de tender la ropa al caer al suelo, la vecina del tercero cagándose en sus muertos, la lata de refresco que rebota en la pared y la colleja de un padre a su hijo por darle una patada.
Alzo el brazo izquierdo, giro la muñeca que ya no está desnuda.
Qué hijodeputa. Me tiene atado y bien atado.
El aire en mis pulmones escasea y se esfuma a la misma velocidad que el latir de mi corazón. Vuelvo a conjugar verbos ya casi olvidados. Ya no soy yo, estoy vendido, me tiene dónde quería.
Suena el móvil
-¿Dónde estás?
-Por ahí.
-¿Sabes que hora es? ¡Vas a llegar tarde otra vez!
-No, esta vez simplemente no voy a llegar.
Me tiro al mar, no sé nadar. Nos hundimos, él conmigo y yo con él. Estoy convencido de que quiero matar el tiempo, no de que lo haya matado.
El Káiser, Mes XI, Año 32
Nadie escapa de sus garras largas y afiladas, como el gran depredador hijo de puta que es, el verdadero dios que nos dirige y nos tiene maniatados
27 de mayo de 2007
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2 comentarios:
Es tan difícil matarlo. Dios es un psicópata enfermizo que se ríe y se orina en nosotros. Hay tanto tiempo y tan poca vida...
Una reflexión tan alienante y certera como a veces uno puede sentirse de mal en este lugar, en este planeta.
Mis respetos, Kaiser.
Buen sexo.
Iconoclasta
Iconoclasta, una vez más queda demostrado cómo los Dioses nos manejan a su puto antojo.
Lo más triste del asunto es que todas las deidadas han sido creadas y alimentadas por los propios hombres.
Nos metemos el miedo en el cuerpo a base de bien, a ración doble y a mesa puesta.
En este caso, nos metemos prisa.
Gracias por seguir atento,
Saludos,
EK, Mes XI, Año 32
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