El mundo está en la mesa (hagan juego)

22 de agosto de 2007

En la casa de apuestas todo era expectación. Una multitud esperaba impaciente los resultados de los diferentes eventos suscpetibles de admitir apuesta: desde el color del vestido de una zorra famosa que acudía de invitada a una boda real, hasta el peso de la criatura que estaba a punto de nacer en un hospital de Londres cuyo padre era un prestigioso presentador de informativos. El ambiente me asqueaba, pero al mismo tiempo era intrigante y emocionante. Parecía la bolsa de Nueva York en plena escalada del Dow Jones; todos gritaban, hablaban por teléfono, sostenían papeles y miraban desesperadamente la información aparecida en los diferentes monitores instalados en la pequeña sala; incluso se agolpaba gente en la calle, que no dejaba pasar al resto de personas que circulaban ordenadamente por la acera y cuyas vidas, a falta de más datos, no dependía de un asqueroso banner que se desplazaba horizontalmente a 15 centímetros por segundo.

Mientras un negro maldecía su suerte y rompía con rabia el resguardo en pequeños trozos que esparcía por el suelo, una mujer anciana que estaba al lado los recogía para comprobar que, efectivamente, no estaba premiado. Difícil tarea esta la de reordenar lo que otros han roto, pensé. Cuando el causante de un destrozo es uno mismo, es más fácil la reconstrucción; tenemos un instinto primitivo que nos señala la trayectoria de todo lo que hacemos y nos marca el camino, o eso creo yo. Y además es un acto reflejo y perenne y las migas de pan no se pudren ni son pasto de los pájaros. La vieja no era consciente de lo que estabaa a punto de sucederle. Mientras juntaba los trocitos de papel arrodillada en el suelo yo, disimuladamente y a cobijo de la muchedumbre, le metí un rodillazo en la cara que le partí la dentadura postiza. Nadie se percató, nadie dijo nada, nadie.

Todos seguían atentos a los monitores. Os preguntaréis por qué lo hice. Todo tiene su explicación, soy coherente y lineal. Al ver que la gente pasaba completamente de la anciana aún viéndola tirada en el suelo con bastante sangre emanando de su huérfana boca, me agaché, la incorporé y la saqué fuera de la sala. Le di cien libras para que se comprase una dentadura y un bocadillo y le dije que saliera pitando de allí. Así lo hizo.

Volví a la casa de apuestas. Justo al entrar, una mole de dos metros y ciento veinte kilos de peso me impedía la entrada. Al principio dudaba si era un guardia de seguridad o simplemente un gilipollas. Le pregunté qué coño le pasaba y me cercioré que cumplía ambos axiomas. Le rajé en canal con una final cuchilla que guardaba en la manga. Sangraba como un cerdo el día de San Martín. Aproveché su debil estado para birlarle las llaves y el mando a distancia que accionaba la persiana automática del local. A pesar de su peso, tuve fuerzas para sacarlo fuera y dejarlo tirado en una esquina, detrás de un contenedor metálico. Unos turistas se acercaron y preguntaron si necesitaba ayuda y los mandé a la mierda en perfecto español/portugués/francés/italiano/alemán. Domino los idiomas, pero no me hago con la gente.

Accioné el mando a distancia y las persianas comenzaron a bajar. Aguardé unos minutos fuera para calibrar la reacción de los condenados. Lejos de emprenderla a puñetazos contra las puertas o persianas, reinaba un silencio absoluto, sólo roto por algunos lamentos de otra apuesta fallida, otra suposición errónea sobre algún parámetro absurdo digno de ser supeditado a especulación.

Los dejé allí encerrados, absortos, entusiasmados algunas veces y decepcionados la mayoría. Aunque para decepción, ninguna tan grande como la que yo me llevé aquélla noche; había apostado mil libras con un colega inglés, que sobre las ocho de la tarde habría alrededor de trescientas personas aporreando la persiana de la casa de apuestas de Fleet Street y lo único que puedo corroborar es que, lejos de armar la de Dios, la gente que había dentro parecía estar pasándoselo en grande.

Es cierto, yo también apuesto alto. Podría haberme conformado con 500 libras y un simple encierro colectivo sin alboroto, pero fui más allá y añadí el agravante de escándalo público. Nunca nos conformamos, siempre queremos más, aún a riesgo a perderlo todo. Como la vieja, que perdió su dentadura y ganó cien libras o como el negro, que perdió mucha sangre pero no su vida, aunque las auténticas víctimas no son ellos, sino nosotros, los que lanzamos órdagos sin miramiento ni mesura, sin probabilidades ni certeza, tirándonos al vacío de cabeza y sin cuerda.
Y el niño nació negro y le llamaron Buba.

Saludos,

EK, Mes II, Año 33

4 comentarios:

web master dijo...

He accedido a tu blog a través del de Brithuss. Te diré que tienes algunas frases e ideas que me encantan, como por ejemplo: "los valores ensalzados por la mayoría de imbéciles adoctrinados amenazan nuestra especie", "otra suposición errónea sobre algún parámetro absurdo digno de ser supeditado a especulación, o la idea de que es "difícil tarea esta la de reordenar lo que otros han roto, pensé. Cuando el causante de un destrozo es uno mismo, es más fácil la reconstrucció". Muy interesabte lo que se te pasa por la cabeza.

Kaiser y Raistlin dijo...

Apreciada amiga,
Te agradacemos que consideres interesante lo que la mayoría de P5 ni siquiera entiende.
Asímismo, La Cancillería considera interesante tu comentario y por eso vamos a visitar tu blog para ampliar nuestro punto de vista sobre tus razonamientos.
Esperamos que sigas aportando ideas y te animes a comentar nuestros futuros boletines.

Un abrazo,

EK y Raistlin

web master dijo...

Hola otra vez:

Te diré que estoy de acuerdo contigo en eso de que si la gente quiere mierda pues dos tazas, aunque no estoy muy segura de que todo el mundo se merezca esto (la mierda quiero decir), pero ya se sabe que aquí pagan justos por pecadores.

La verdad es que no tengo muy buena concepción del ser humano, me parece que aunque sea genial en muchos casos, se trata de un animal bastante estúpido. Pero no puedo evitar pensar para las excepciones, para las personas que se cuestionan toda esa basura que nos rodea, el resto de la sociedad es más o menos despreciable.
De todas formas, aunque se agradece la discrepancia, no estoy de acuerdo con lo que decís de la empresa privada y no es que esté defendiendo con esto una doble moral o moralina (algo que me da bastante asco), pero aunque la gente pida mierda no se le puede dar toda la que podríamos generar o esto iría mucho peor.

Creo que debe haber cierto control (aunque esa palabra suene tan mal) para que esto no sea una anarquía. Porque, como el comunismo, la anarquía es una idea interesante en teoría pero tal y como es la mayoría de los humanos, en la práctica, esto acabaría en ruinas humeantes en menos de lo que canta un gallo..

Si os apetece, podéis leer el anterior artículo o la sección "pensamientos", allí encontrareis algunos razonamientos a vuestro gusto.
Y casi seguro que el próximo artículo os gustará más.

Hasta la próxima, un abrazo.

web master dijo...

Joder, pero que post tan largo.