Si hay algo que debemos respetar, eso es el Pan. El nuestro de cada día o el de ayer, duro como siempre. El pan mojado en aceite como único alimento de estómagos hambrientos y paladares atrofiados; o ese pan hecho migas, refrito con tocinos y otras vísceras de animales cruelmente asesinados y verduras no menos castigadas. O el que se llevan a la boca estomágos hinchados de hambre, tan mojado y manido que a nada sabe.
El pan que nuestras madres nos obligaba ir a comprar. Pan de máquina, de cuarto o de medio. Lo de baguette lo trajeron los afrancesados del siglo XXI, igual de hijos de puta que los que importó Napoleón, pero con menos cojones. Pan de pagès, como se dice en mi tierra, amb tomàquet o seco. Tostado, con ajo o mantequilla. Pan al fin y al cabo.
Prestad atención porque no aceptamos sucedáneos, no admitimos fraudes.
El pan antipático, soso y blanducho elaborado por el empleado 554 de la gran cadena de pastelería situada en un polígono industrial de mierda de una gran ciudad. El 554 madruga, y mucho aunque no le gusta. No se despierta pensando en el pan, no es su afición, ni su goce, ni si quiera lo considera un trabajo digno. Pero a las tres toca diana y anda sonámbulo por la fábrica, cagándose en los muertos de su jefe. Mastica chicle con rabia, con tanta que a veces caen fragmentos de la goma elástica a la masa de harina, agua, levadura, manteca, sal y otros ingredientes que para él solo son ítems reflectantes que le amargan la existencia. Y escupe y se ríe, aunque no tenga gracia la soledad que le rodea y el gesto descompuesto de quien debería estar durmiendo agazapado con su sucia y flácida polla metida en el coño de su señora esposa.
Ese Pan no lo queremos porque no nos respeta, no hace honor a su nombre, es una farsa obra de un gran impostor, de un hijo de puta que no merece respirar el aire que compartimos.
El pan tóxico. El “Bolo” tiene 23 años y ya está de vuelta de todo; no tiene oficio ni beneficio, sólo entiende de pastillas y pisoctrópicos y como catador de tripis se ganaría un jornal, pero trabaja de panadero porque su padre le buscó el puesto y porque su novia también hace turno de noche en la vieja panadería del pueblo. El Bolo duerme de día, cuatro horas escasas, y cuando llega la noche se pone hasta las cejas de trozos de cartón. Tras el último viaje acude a la llamada del oficio dónde no hace otra cosa más que follar con su novia y esnifar coca de manera compulsiva. La fermentación alcohólica se la pasa por el forro de los cojones y de la acética todavía se ríen en su casa. La mezcla es imposible y desmesurada pero de un colorido exótico que resalta las cualidades de la mierda que se mete este ejemplar. La mercancía sale puntual, eso sí, que nadie diga que el Bolo no cumple, porque eso ofende a su familia y por ahí no pasa, él es un tío muy legal. Ese pan no lo queremos porque no reúne las condiciones mínimas de cuidado y atención, porque mientras fermentaba la mezcla, el hijoputa que tendría que estar mimándola se estaba cortando dos rayas, una y media para él y media para la puta de su novia que, lejos de vigilar la temperatura del horno, estaba más pendiente de calibrar los grados de su coño no fuera que con la calentura quemase la polla de su narcotizado novio. Puta ella y yonki él, pan de speed, mierda contagiosa.
El pan triste y amargo, el que Lucía elabora cada noche desde hace veinte años porque su marido la dejó tirada y con dos hijos a los que alimentar. El pan que ella misma se lleva a casa, el que sirvió para abastecer de meriendas a esos dos críos revoltosos que ahora se han ido de Okupas a un local de Gràcia a tocar los cojones a la vecindad y no se acuerdan de su madre ni el día de su cumpleaños. A Lucía le da igual no dormir, porque ya no tiene sueños y prefiere estar despierta; de mirada perdida y gestos lentos, no la despidieron hace años porque daba pena, demasiada como para dejarla en la puta calle, aunque su ratio de eficiencia productiva estuviera seis veces por debajo de la media. Sincera melancolía a horas intempestivas, es momento de amasar la mezcla pero los alcaloides de las lágrimas añaden un toque amargo a la levadura y no se trataba de eso, Lucía.
No queremos tu pan de afligidos lamentos con sabor a hiel. Penas y tristezas fermentadas a temperatura ambiente, pan de horas de llantos y sollozos.
El pan devuelve el cariño que recibe; es de malnacidos tratarlo así. Su elaboración no es apta para desgraciados, drogados o infelices, por eso nunca he osado ni tan siquiera hacer un bollo.
Porque la harina no es coca, la elasticidad no es un trident machacado y el agua no son lágrimas de Lucía.
Repetad al pan y él os respetará a vosotros. Y no lo beséis si lo vais a tirar, una vez despreciado, ya no quiere carantoñas de falsosa aludadores.
Saludos,
EK, M II, Año 33
El pan que nuestras madres nos obligaba ir a comprar. Pan de máquina, de cuarto o de medio. Lo de baguette lo trajeron los afrancesados del siglo XXI, igual de hijos de puta que los que importó Napoleón, pero con menos cojones. Pan de pagès, como se dice en mi tierra, amb tomàquet o seco. Tostado, con ajo o mantequilla. Pan al fin y al cabo.
Prestad atención porque no aceptamos sucedáneos, no admitimos fraudes.
El pan antipático, soso y blanducho elaborado por el empleado 554 de la gran cadena de pastelería situada en un polígono industrial de mierda de una gran ciudad. El 554 madruga, y mucho aunque no le gusta. No se despierta pensando en el pan, no es su afición, ni su goce, ni si quiera lo considera un trabajo digno. Pero a las tres toca diana y anda sonámbulo por la fábrica, cagándose en los muertos de su jefe. Mastica chicle con rabia, con tanta que a veces caen fragmentos de la goma elástica a la masa de harina, agua, levadura, manteca, sal y otros ingredientes que para él solo son ítems reflectantes que le amargan la existencia. Y escupe y se ríe, aunque no tenga gracia la soledad que le rodea y el gesto descompuesto de quien debería estar durmiendo agazapado con su sucia y flácida polla metida en el coño de su señora esposa.
Ese Pan no lo queremos porque no nos respeta, no hace honor a su nombre, es una farsa obra de un gran impostor, de un hijo de puta que no merece respirar el aire que compartimos.
El pan tóxico. El “Bolo” tiene 23 años y ya está de vuelta de todo; no tiene oficio ni beneficio, sólo entiende de pastillas y pisoctrópicos y como catador de tripis se ganaría un jornal, pero trabaja de panadero porque su padre le buscó el puesto y porque su novia también hace turno de noche en la vieja panadería del pueblo. El Bolo duerme de día, cuatro horas escasas, y cuando llega la noche se pone hasta las cejas de trozos de cartón. Tras el último viaje acude a la llamada del oficio dónde no hace otra cosa más que follar con su novia y esnifar coca de manera compulsiva. La fermentación alcohólica se la pasa por el forro de los cojones y de la acética todavía se ríen en su casa. La mezcla es imposible y desmesurada pero de un colorido exótico que resalta las cualidades de la mierda que se mete este ejemplar. La mercancía sale puntual, eso sí, que nadie diga que el Bolo no cumple, porque eso ofende a su familia y por ahí no pasa, él es un tío muy legal. Ese pan no lo queremos porque no reúne las condiciones mínimas de cuidado y atención, porque mientras fermentaba la mezcla, el hijoputa que tendría que estar mimándola se estaba cortando dos rayas, una y media para él y media para la puta de su novia que, lejos de vigilar la temperatura del horno, estaba más pendiente de calibrar los grados de su coño no fuera que con la calentura quemase la polla de su narcotizado novio. Puta ella y yonki él, pan de speed, mierda contagiosa.
El pan triste y amargo, el que Lucía elabora cada noche desde hace veinte años porque su marido la dejó tirada y con dos hijos a los que alimentar. El pan que ella misma se lleva a casa, el que sirvió para abastecer de meriendas a esos dos críos revoltosos que ahora se han ido de Okupas a un local de Gràcia a tocar los cojones a la vecindad y no se acuerdan de su madre ni el día de su cumpleaños. A Lucía le da igual no dormir, porque ya no tiene sueños y prefiere estar despierta; de mirada perdida y gestos lentos, no la despidieron hace años porque daba pena, demasiada como para dejarla en la puta calle, aunque su ratio de eficiencia productiva estuviera seis veces por debajo de la media. Sincera melancolía a horas intempestivas, es momento de amasar la mezcla pero los alcaloides de las lágrimas añaden un toque amargo a la levadura y no se trataba de eso, Lucía.
No queremos tu pan de afligidos lamentos con sabor a hiel. Penas y tristezas fermentadas a temperatura ambiente, pan de horas de llantos y sollozos.
El pan devuelve el cariño que recibe; es de malnacidos tratarlo así. Su elaboración no es apta para desgraciados, drogados o infelices, por eso nunca he osado ni tan siquiera hacer un bollo.
Porque la harina no es coca, la elasticidad no es un trident machacado y el agua no son lágrimas de Lucía.
Repetad al pan y él os respetará a vosotros. Y no lo beséis si lo vais a tirar, una vez despreciado, ya no quiere carantoñas de falsosa aludadores.
Saludos,
EK, M II, Año 33
4 comentarios:
Tócate los huevos!
Pues yo ni hago ni como! que además eso sabemos todo a donde va...
El pan, el pan de los ángeles, el pan, el pan del predicador
El futuro que se ve siempre anda descalzo
Tras las rejas otro muro y arde la favela
Desde que aprendes a pisar no cambia de lugar por mucho que quieras
Desde que aprendes a pisar escuadrones de la muerte limpian la ciudad
Desde que aprendes a pisar, meninos de la rua, mulata ¿dónde están?
Bueno si algo hemos de respetar es el pan , eso es cierto. De las dos realidades de la frase Pan y circo, sin duda la respetable es el pan, el circo es cada vez más patético y desnaturalizador.
Muy bien escrito este texto, tiene grandes frases.
En algún lugar he leido que lo que ha hecho evolucionar a la humanidad son las ganas de comer, o dicho de otro modo, el no pasar hambre. Creo que es exagerado pero tiene gran parte de verdad.
Me decían de pequeño que tirar el pan era pecado; los idiotas creían que tenía algo que ver con la religión y el padrenuestro del nazareno. Yo creo que la posguerra les hizo pasar tanta hambre que el pan duro mojado y las gachas les eran exquisitas.
Ahora tengo otra perspectiva, si normalmente tiro el pan porque está un poco pasado y tengo dinero para comprar más; tras leerte, voy a ser muy cuidadoso y lo voy a cortar en rodajas muy finas (tengo un micro-tomo de laboratorio)para ver que hay en su interior. Luego escupo entre rodaja y rodaja y guardo la barra de nuevo tras el concienzudo análisis.
Has conseguido angustiarme de la forma más natural y a partir de ahora cuando abra el pan para el bocata sufriré toda clase de escrúpulos.
Por lo demás, un texto de lo más mejor. Un día aprenderé a escribir...
Un abrazo, Kaiser.
Buen sexo.
Iconoclasta
Querida Albirichi, celebro tu cita de Barricada, pero ya ves que ni con Lula dejan de arder las favelas, son todos la misma mierda, caciques bananeros y asquerosos.
Amiga maría elvira, claro que si no fuese por el hambre me iba a pegar yo estos madrugones; aquí no se movería ni dios; pero cuando uno tiene la necesidad básica cubierta, busca otra y otra y otra hasta que se convierte en esclavo. Y así estamos todos, atados, felices y tan saciados que nos permitimos el lujo de tirar el pan sin pensar en los pajarillos.
Iconoclasta, no sufras por los condimentos, está todo tan pasteurizado y procesado que apenas lo notaremos. Y es verdad, lo que ahora despreciamos al primer indicio de insalubridad, era un manjar para gente que todavía puede leer esto. Es lo triste del progreso, que nos deshumaniza asquerosamente. Qué mierda de vida.
Gracias y abrazos a todos,
EK, Mes II, Año 33
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